lunes, 9 de abril de 2018

40º Cinéma du Réel (IV) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . EL GRITO (Leobardo López Arretche, 1968)

¡Esto es afición al cine, y lo demás, tonterías! El documental mexicano El Grito es, según atestigua la wikipedia, bastante celebrado y, encima, se puede encontrar íntegro en el sitio web YouTube. Aun así, El Cinéfilo Ignorante gusta, ante todo, de la variedad y, si ya ha visto una obra europea y otra africana en este certamen, ahora se decanta, c´est le cas de le dire, por un nuevo continente.

No es el cartel de los Juegos Olímpicos
La actitud, en cierto modo, absurdamente propia de un verdadero aficionado es compartida por un buen número d´espectadores, entre los cuales uno espera ver caras mexicanitas pero no: el público parece muy francés y no se cree uno que se deba ello a especiales lazos mantenidos históricamente entre ambas nacionalidades.

Esta vez, en vez de coloquio final, hay presentación de la película a cargo de un caballero que, al haberlo visto en otro prólogo de las proyecciones encuadradas en el formato Pour un autre 68, se supone que se trata del señor Federico Rossin, encargado, según reza el folleto del Festival, de la programación d´estas películas que podríamos calificar como neosesentayochistas.



Celebrar eso que suena tan dulce como Mayo del 68 goza de insólito prestigio desde hace la tira de tiempo. Nunca se ha pasado de moda y, precisamente, era elemento imprescindible en Mal Genio (Michel Hazanavicius, 2017), filme al cual El Cinéfilo Ignorante otorgó nada menos qu´el puesto nº 4 en la lista de las películas que más le gustaron de todas las que vio el año pasado.

No le falta ni el foulard
El aspecto y las palabras de Federico Rossin responden a las de un tipo de personaje nostálgico de aquel mes de mayo sin, evidentemente, haberlo vivido. Después de una importante e inexplicable demora en l´apertura de puertas del Cinéma 2 del Centre George Pompidou y a poco de tomar la palabra, Monsieur Rossini deja entrever o muestra abiertamente su identificación con posturas izquierdistas.

No vendrá muy a cuento constatar esta filiación política del mismo modo que tampoco quedan muy apropiadas las divagaciones a las que s´entrega el presentador del acto, quien se permite lanzar darditos contra el Partido Socialista francés y, también, calificar a Oriana Fallaci, una de las figuras que cubrieron valientemente las revueltas de 1968 en México, o sea: el objeto de la película en cuestión, como una journaliste insupportable de l´extrême droite, acusación cuyo fundamento se desconoce como buen Ignorante que es este cinéfilo.

Mucho criticar los rodeos del presentador pero es que la charla inicial no parecía acabar nunca, sobre todo, en los momentos muy específicos en los que se le venía a la cabeza al Cinéfilo Ignorante la idea de, por primera vez en el Cinéma du Réel, entrar a otra sesión una vez se terminara esta, cosa difícil porque, a medida de que M. Rossin alargaba su discurso, el retraso se hacía cada vez mayor. Eso sí: el Federico informa con bastante tino de las muy peculiares características de la democracia mexicana.

Aaaaaaaaay
Por fin se acaba la fraseo y empieza la película, con un blanco y negro muy de la época de finales de los 60 cuando lleva la cámara alguien no muy curtido en las innovaciones tecnológicas de aquel entonces.  Sí: está bien que ciertas deficiencias técnicas le doten a la cinta de un aroma vintage muy del gusto de las nuevas generaciones de modernos, pero, sinceramente, la falta de calidad visual acaba cansando al igual que cansa el sonsonete de las voces en off, que, desde el mismo momento en que comienza el metraje de casi dos horas, no deja de oírse.

Hay que recurrir al tópico de que el documental es muy mexicano. Da la impresión de que las manifestaciones que acabaron con los terribles sucesos del otoño de 1968 en aquellas lindas tierras se desarrollaron a lo largo de interminables semanas a partir de un conflicto comparativamente menor. Vemos, pues, que les llevó mucho tiempo poner fin a dichas manifestaciones, por lo que podríamos ver reflejada en la cinta el carácter pausado de los habitantes de la nación azteca. También se oyen canciones folklóricas del México tópico y se oyen proclamas que recuerdan a los revolucionarios de allá antes, por supuesto, de llegar al poder.


¡El pueblo! ¡Unido...!
En este punto, la película cuenta con el acierto de también hacerse eco de las posturas gubernamentales en medio de aquel fragor político del que, precisamente este año, se cumple medio siglo justo. No obstante, queda patente que la postura del realizador se decanta, sin duda, de parte de los opositores, que estuvieron saliendo a la calle a armar bronca con una admirable insistencia según se refleja en la susodicha peli.


Dispérsense
La deficiente calidad de las imágenes ajadas por los años, la parsimoniosa narración de hechos que hace avanzar lentamente al relato y, por último, tanto los discursos de los cabecillas de los disturbios así como los repetidos lemas coreados por los manifestantes terminan, en efecto, por agotar al espectador. Ello no quita que, ante el desenlace final, los ojos se le queden como platos al Cinéfilo y que su inocente consciencia se vea sensiblemente afectada por el resultado de los disturbios.

¿Que si se ha quedado El grito como una antigualla? Bueno; tampoco es eso. Puede faltarle agilidad, vale, pero, como auténtico documento de la época, es que tiene que ser así: deteriorado, comprometido y, en algunos momentos, torpe.

Después de haberle ofrecido a El Grito estos no muy agradables comentarios, tampoco se merece la película un vapuleo por nuestra parte pues, aunque parezca, desde lejos, que no venga al caso a la hora de darle una nota, amamos la República Mexicana y opinamos que su devenir histórico constituye una sucesión de hechos y circunstancias del máximo interés. En otras palabras: nos apasiona la historia de México.
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